Relatos cortos

Prólogo accidental

Llueve. Pienso en mi vida. No tengo trabajo. Estoy de vacaciones en la escuela. Saco a mis perros a pasear y les ladran a la gente y a otros perros. Me fastidia hacer la limpieza de la casa, aunque disfrute de un espacio cómodo y sin desorden. Escucho a lo lejos un grito multitudinario de gol de un juego que no me interesa. Dicen en las noticias que uno de los partidos políticos de siempre ganó las elecciones. De pronto, cae un rayo en el árbol que está afuera de la casa y lo parte en dos. El lado izquierdo se quema. El derecho se dobla aunque luce casi intacto. Ahora sólo puedo mover la mitad del cuerpo, pero la imaginación me ayuda a escaparme de este lugar.

Vocablos libertinos

Las palabras están ahí, aguardando hasta ser encontradas, pareadas, reunidas en una orgía organizada, que pueda decirte lo que yo siento, al sentirte…

A veces

A veces, quisiera embriagarme cada instante, cada segundo, para posponer la resaca de vivir hasta que la muerte me la cure.
Más veces de las que quisiera, este deseo despierta dentro de mí, como si ya fuera un huésped omnipresente, alojado en la habitación más promiscua del hotel de paso de la memoria.

Aqua Marina

Belleza… ¿Cómo se puede describir lo bello? ¿El lenguaje no alcanza, o es, acaso, suficiente para evocar algunas imágenes que nos acerquen a lo sublime? La belleza está en lo simple, en las cosas que vemos sin observar, en una gota de agua salada que se escurre por una superficie tersa, apiñonada, joven, tan nueva que todavía rebosa suave, y crece, y se regenera, mientras el líquido de la vida se desliza, y la recorre desde el cuello, por donde apareció de entre sus negros cabellos húmedos para asomarse tímidamente y seguir transitando su piel, esa hermosa capa de cielo que encierra sus entrañas. Titubea un poco a causa de una súbita ráfaga de viento, pero no se detiene; sigue, y baja lánguidamente, al tiempo que refleja un brillo provocado por el sol. Por fin llega a la espalda. Resbala con más lentitud al toparse con unos granos de arena, diminutos para el hombre pero enormes para ella; los arrolla, les pasa por encima, y sigue aprovechando las bondades que le otorga su cómplice, la gravedad. Pasa justo por el eje de ese cuerpo, por la línea que marca esa simetría casi perfecta, mientras deja tras de sí el rastro de su paso por la piel. Avanza, y de pronto se deja ir más rápido, hasta quedar casi desbordada, justo al límite de sus nalgas redondeadas, lampiñas. Sin esperarlo, una mano asesta un ligero golpe, suficiente para deshacerla, dejando parte de su esencia liquida sobre esa superficie tersa que le había dado algunos segundos de placer. Él, con los dedos de esa mano, aprovecha para refrescarse los labios carnosos, ya resecos por la sal y el calor incansable. Lo que queda de ella, de esa gota reventada, por fin alcanza el clímax, llega al éxtasis mientras la besa, y la frota, y la limpia con su lengua, para llevarla al calor de su boca.

Homohereje

Monseñor Gustavo Cerda, arzobispo del sur del país, dijo esta mañana que la unión civil entre personas del mismo sexo atenta contra el plan de Dios. Por ello, en sus oraciones él sólo está a favor de la unión carnal, íntima, con seres libres de pecado, que poco conozcan -aún- de los demonios terrenales, como el monaguillo en turno, mientras está en la privacidad de la habitación de esa sede eclesiástica que lo resguarda de los ojos del mundo.

El pequeño presidente

Estaba el pequeño presidente con su gran ego sentado en su gran silla dentro de su gran palacio. Un día, se le ocurrió ordenar al pequeño jefe de su gran ejército que arengara a sus grandes soldados ante la gran masa. Se armó un gran polvorín y hubo muertos, pequeños y grandes, pero casi nadie quiso enterarse pues tenían al pequeño delantero del equipo de futbol y a la gran víctima con la pequeña villana en la pequeña pantalla de tv. Enojado por no ser la sustancia contextual, el gran ego le ordenó al pequeño presidente cancelar las señales que salían de las fauces del gran transmisor. Al cabo de grandes días y pocas semanas, ambos tuvieron que abandonar el país, pues a la gran masa no le quedó más remedio que ocuparse de los grandes problemas de su pequeño mundo.

Semana laboral

Por fin el lunes ya no es tan odioso, es decir, ya no me ocasiona esa efímera depresión matutina que parece compensarse con la fugaz alegría del viernes por la tarde. Ya no tengo que apresurarme para ir al baño, para asearme, para desayunar algo rápido y enfrentarme al tráfico de oficinistas ansiosos y padres furiosos, de aquellos que a cualquier costo quieren llegar rápido a las empresas y a los colegios. No más. Ahora puedo ser yo mientras veo cómo los sueños se materializan, y la luz emerge del fondo para envolver suavemente las ideas que flotan sobre mis grises cabellos cansados. Después de todo, caer en una cama de hospital tras un infarto puede tener ciertas ventajas.

El encuentro

A ella, la rabia la consumía pues no podía soportar que por el espejo retrovisor leyera en los labios de aquel tipo “eres una perra estúpida”; sabía que a veces era un poco distraída, pero nunca se daba una vuelta prohibida o se pasaba una luz roja de manera intencional, aunque sucediera más veces de las que ella hubiera deseado. A él, la impotencia lo hacía sentirse vulnerable, después de que aquel grupo de jóvenes le gritara «anciano decrépito imbécil» y lo invitara a bajarse del auto para pelear por su hombría, tras hacer ese viraje brusco delante suyo; sabía que perdería y por eso prefirió seguir su marcha, a pesar de que según su criterio ellos habían sido los culpables. Así, ella y él, él y ella, se encontraron algunos metros más adelante, cuando una colisión frontal los hizo rozar sus labios mientras volaban sin control al atravesar el cristal que los protegía del viento. Los curiosos aseguraron que de no ser por la gran cantidad de sangre, habría sido una escena de amor perfecta.

El río de los remedios

Una corriente fétida apacible. Un viento gris humedecido. La lluvia ácida excitada. Lágrimas sobre despojos. Un río con vísceras hinchadas. La sombra de un asesino que lo destripa. Un interno putrefacto que se desborda. Sudor sobre los rostros. Las chozas de lámina inundadas. La madera flotando sin rumbo. Una mujer estirando el brazo. La angustia que moja. Un niño flotando sin rumbo. Los gritos viajando por el agua. El cielo que deja de llorar. La gente con lágrimas sobre el agua. Una laguna fétida apacible. La esperanza que desaparece y nace con el río.

Soledad

Estoy tan solo como la muerte misma, tan solo que puedo oler la superficie de mis huesos, que se quiebran cada vez que el tiempo los pisa.

Epílogo

Qué rico es despertarse así, con la lluvia golpeando la madera de la cubierta y un cuerpo ajeno procurando la tibieza del mío, espalda contra espalda y nalga contra nalga. Así nadie quiere despertar, ni siquiera yo, y creía que tampoco él pero súbitamente trata de librarse de mí, seguramente porque los otros ya se fueron; por eso me volteo y lo abrazo, evito que se mueva, y lo estrujo así, para permanecer los dos juntitos. Pasa un rato y me doy cuenta que se empieza a enfriar, ya hasta lo están enterrando, ¡tan bien que estaba! Ahora tengo que salirme de esta caja de muerto y buscar a otro que me caliente los huesos.

Publicado por Mauricio

Inquieto y melancólico. Ingeniero Industrial y Licenciado en en Lengua y Literaturas Modernas (Letras Inglesas) que gusta de leer, escribir y traducir. Restless and melancholic. Industrial Engineer with a B.A. in English Language and Literature, who enjoys reading, writing and translating.

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