ÉRASE UNA VEZ… EN UN CORPORATIVO: Crónica de la supervivencia de un ejecutivo en un entorno globalizado (FRAGMENTO)

“Ciertamente miré a Sísifo, teniendo fuertes dolores,
queriendo con ambas manos alzar una piedra monstruosa.
Cierto, apoyándose él en los pies y en las manos,
a lo alto, hacia una colina empujaba la piedra, y, cuando iba
él a franquear la cima, Gravedad lo echaba de vuelta;
otra vez, entonces, al llano rodaba la piedra indecente.
Y él, extendido, de nuevo empujaba: el sudor hacia abajo
le corría de sus miembros, y de su testa el polvo se alzaba.”

La Odisea, Homero, XI 593-600

Sísifo, Tiziano (1576)

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“Hoy concluye un ciclo lleno de aprendizajes”; “me llevo el grato recuerdo de las personas que conocí”; “nos volveremos a encontrar”; “el mundo es un pañuelo”; “que Dios los bendiga”… Así, adornados con frases comunes, bien intencionadas, cortas y tristes —pero comunes— empezaron a llegar cardúmenes imparables de correos que nadaban por la red cibernética de los mares corporativos. Algunos de ellos eran de quienes solían ser directores; unos más, de mandos intermedios y, la cuantiosa mayoría, de personas en puestos operativos y de ventas, todos con una problemática en común: estaban siendo echados, sin más, de la empresa multinacional en la que trabajaban por la llamada “reestructura”, ese proceso necesario para mantener sanas las finanzas del corporativo y sus accionistas, y dejar a varias familias ante el panorama incierto del desempleo en un país con crisis económicas constantes.

Asterio, o don Terio como le decían quienes estaban cerca de él y elogiaban su trabajo, al menos en lo superficial, fue uno de los últimos afectados tras los treinta y cinco años que llevaba trabajando para la compañía. Antes de la gran despedida, él tuvo más de una oportunidad de irse de ahí y aventurarse hacia otros horizontes laborales, aunque decidió quedarse ya que decía “sentirse en casa”. Sabía que se acercaba una separación dolorosa de magnitudes desproporcionadas, una ola creciente que arrancaría todo a su paso, pero nunca adivinó que el agua también lo arrastraría a él como uno de tantos granos de arena para anunciarle que nada en ese lugar era suyo, que su pertenencia añeja sería drenada de la barrica sin poder degustar el buen vino que había producido, y que esa marca de lealtad aparentemente indeleble se borraría tan rápido de su frente como un tatuaje trazado con tinta fugaz. Aunque era de su conocimiento que el Sr. Jappont ─director general y vicepresidente─ no lo veía como un empleado modelo, nunca pensó que pudiera sacarlo de Dédale, la amada compañía a la que había dedicado tanto tiempo de su vida. Se sentía seguro, ingenuamente protegido por un manto de concreto con fuentes secas y rejas despintadas a su alrededor, en esa posición gerencial a la que siempre había aspirado a pesar de tener una licenciatura trunca, sin darse cuenta de que en realidad no era más que un título asignado por quienes podían quitárselo en un solo día, en un momento de decisiones de negocio y márgenes de rentabilidad, como ocurrió aquella mañana.

 Dédale Sociedad Anónima era un laboratorio farmacéutico de origen francés que se caracterizaba por estar entre las diez empresas con mayor poder económico en su ramo, no solo en el país que nos atañe sino también a nivel mundial, con la misión de desarrollar, fabricar y comercializar medicamentos de alta especialidad; los males que podían tratarse con ellos ─ya fuera mediante el seguro gubernamental, un seguro privado de gastos médicos, o la propia cartera en caso de poder costearlos─ iban del Alzheimer a la enfermedad de Dupuytren, pasando por el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida y la Diabetes. La empresa tenía su oficina matriz en la ciudad de París, lugar en el que Asterio había soñado hacer una estancia que le negaron so pretexto de su casi nulo manejo del idioma objetivo, aun cuando su jefe anterior ─compañero de borracheras del Sr. Jappont y conocedor de algunos de sus más bajos secretos─ había logrado estar allá por un año sin siquiera ser capaz de expresarse adecuadamente en su lengua materna (lo que le sucedía en gran medida a causa de un alcoholismo agudo que trataba de disimular inútilmente con azúcares y químicos en sus horas de trabajo). Su nuevo jefe era el Dr. Keuf, un médico extranjero degradado en rango, y que había sido expatriado a ese país por haber confundido un padecimiento grave con una gripe en una región de Centroamérica; básicamente, su función era la de comandar el área administrativa que daba servicio a los departamentos de ventas y mercadotecnia, y mantenerse atento a las disposiciones ─o caprichos─ de su jefe, el Sr. Jappont, y del encargado general de L’École, una organización mundial creada para apoyar las decisiones de negocio de los “mercados emergentes” ─eufemismo usado para referirse a los países que ellos mismos designaban como tercermundistas─ y cuyo nombre había sido inspirado por la Academia platónica ─con la endeble esperanza de, algún día, llegar a la luz de la verdad en medio del bosque espeso del capitalismo.

Don Terio, quien se encontraba a cuatro años de cumplir los sesenta de edad, había empezado como mensajero, para después ascender a auxiliar administrativo, a representante de ventas, y varios puestos más durante lustros tenaces hasta que le dieran la oportunidad de fungir como Gerente de Asuntos Especiales ─posición que tenía que ver con todos aquellos asuntos que no podían encajar con claridad en ninguna de las otras áreas. Al llegar a tal escaño, comprendió que aquel nombre enmarañado, el de la empresa, no correspondía a una decisión arbitraria, pues los procesos internos constituían un verdadero laberinto que la habían hecho famosa entre otras del sector, así como entre proveedores, consultores y demás personas que tenían trato con su alma máter profesional.

Casi todos temían entrar a ese espacio lleno de atolladeros que se agravara a raíz de un acto de corrupción en Asia, incluso los mismos empleados, puesto que para realizar una actividad comercial o planear un evento social con un cliente, era indispensable obtener autorización de casa matriz, llenar varios formatos, tener salvoconducto de casi todos los directores, y contar con numerosas firmas, sellos y venias que complicaban y retrasaban el trabajo diario con mayor frecuencia de la deseada. Cuando esto último ocurría, siempre era responsabilidad del subalterno que iniciara todo el proceso, y el castigo impuesto por el área de recursos humanos ─a solicitud expresa del Sr. Jappont─ iba desde un acta administrativa hasta la rescisión del contrato laboral, con las debidas excepciones, es decir, exceptuando a quienes eran parte del equipo incondicional del director general. Para describirlo de otra manera, ese “equipo incondicional” se constituía por aquellos que nunca objetaban las decisiones del director y siempre se esmeraban en hacerlo lucir como el gran ejecutivo en todo acto público dentro y fuera de las frías instalaciones del consorcio, además de hacer presencia en sus eventos sociales si eran requeridos ─bares, restaurantes, y tugurios─, comprarle una cajetilla de cigarros cuando esta ya se hubiera agotado, hacer caso omiso de sus tórridos devaneos con la directora médica, y quedarse en la oficina hasta ya entrada la noche, ya fuera por trabajo o para visitar redes sociales y sitios de entretenimiento en internet, con el único propósito de estar con él en esa rutina que iba del amanecer hasta después del crepúsculo vespertino.

Las instalaciones empresariales eran bastas, y ocupaban mayor espacio del necesario debido, por un lado, a los recortes de personal que se daban año tras año ─aunque no con la magnitud del que finalmente alcanzó a Asterio─ y, por otro, a la reciente caída en ventas dada por el lanzamiento de diversos medicamentos genéricos, en un mercado globalizado que previo a ello se encontraba solamente a merced de la guerra de precios entre corporativos multinacionales. Esto obligó al comité directivo de Dédale a disminuir el uso de la capacidad instalada del área de manufactura, así como la importación y exportación de materia prima y producto terminado.

Este medio de subsistencia económica a través de un sueldo, ya fuera de godín o en las líneas de producción, hacía convivir a todos con gente que realmente no conocían, y a quienes en la mayoría de los casos no les importaba si alguno de sus compañeros enfermaba o era despedido, más allá de la inherente y momentánea conmiseración que trataba de minimizarse y abatirse tan pronto terminara el evento funesto. El edificio principal, de un color gris concreto manchado, se encontraba en el centro de la superficie total bordeada por rejas opacas y policías industriales. A consecuencia de una gran cantidad de oficinas y pasillos sin utilizar, se percibía una atmósfera de vacío sistémico que se apoderaba de los empleados cuando el tenue ruido del silencio distraía su atención. Era en esos espacios con un tinte abismal, intensificado por las horas sombrías y la huida de la mayor parte del personal, que se sentía un escalofrío penetrante, una advertencia de soledad ante el aislamiento diario causado por el estrés laboral. Los más supersticiosos e indoctos ─y cuyo oscurantismo no dependía del grado académico que creían ostentar─ atribuían estas sensaciones a un espíritu, al holograma de una infanta que recorría los caminos desolados durante la noche, sin saber que el fantasma que les acechaba no era uno del inframundo, ni de lo sobrenatural, sino de la propia naturaleza humana, y que se manifestaba de manera inconsciente justo cuando quien lo advertía estaba en uno de sus estadios más vulnerables.

Pero ni los laberintos burocráticos ni las apariciones fantasmagóricas ─y ni siquiera el Sr. Jappont con su política sectorial─ aterrorizaban el espíritu de Asterio, después de haber sobrevivido todos los cambios que se le habían presentado año tras año desde su llegada a esas oficinas. Su ingreso a la empresa fue el resultado del azar y la necesidad; al cumplir los dieciocho años comenzó a estudiar turismo y hotelería en una universidad privada de mediano renombre para dejarla dos años más tarde, debido a una combinación entre la falta de vocación y los problemas económicos de su padre, quien era dueño de una farmacia independiente. Esta fuente de ingresos y de elíxires alópatas se vino abajo gradualmente ante la competencia inclemente de una monumental farmacia trasnacional que abrió una sucursal en la zona, con descuentos del treinta o cuarenta por ciento que su propietario no era capaz de absorber. Por esta razón, fue que Asterio tuvo cercanía con los productos farmacéuticos desde pequeño, aunque nunca vislumbró la posibilidad ni de quedarse con el negocio familiar ni de trabajar en algo relacionado con las medicinas, como él solía decir en aquellos tiempos; sin embargo, tenía la obligación de ayudar ciertas tardes que le fueran asignadas después de hacer la tarea escolar, y algunos fines de semana de acuerdo con la disponibilidad de sus hermanos mayores y la afluencia de público, que en el transcurso de su infancia y adolescencia era buena, y a veces bastante buena. Desde hacía ya mucho tiempo, y hasta que la farmacia El Mundo concluyera sus actividades, varios representantes de ventas de diversos laboratorios farmacéuticos solían visitar a Asterio padre, con el propósito de promover sus productos a través de diversos servicios y ofertas; uno de ellos, y el único que se quedó hasta el final, fue precisamente quien lo iba a ver por parte de Dédale, un señor maduro que llevaba veintiún años trabajando para la compañía, y que se jubilaría justo el día en que Asterio hijo cumpliera sus veintiún años de edad. Sabiendo esto ─que interpretó como una especie de señal─ y al enterarse del probable cierre fatal, se ofreció a llevar el currículo del muchacho ─que en aquellos días solo contaba con su licenciatura trunca y la experiencia en la farmacia─ para ver si encontraba alguna posición dentro de la empresa, algún puesto que pudiera ajustarse a su perfil.

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Publicado por Mauricio

Inquieto y melancólico. Ingeniero Industrial y Licenciado en en Lengua y Literaturas Modernas (Letras Inglesas) que gusta de leer, escribir y traducir. Restless and melancholic. Industrial Engineer with a B.A. in English Language and Literature, who enjoys reading, writing and translating.

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