Sobre las Metamorfosis de Narciso y Hermafrodito

Sin duda, de las deidades menores que existen en las mitologías griega y romana, las ninfas destacan no solo por estar intrínsecamente conectadas con la naturaleza, sino también por su belleza y la pasión hacia los hombres que en muchos relatos se les atribuye. De entre ellos, es posible destacar dos que aparecen en las Metamorfosis de Publio Ovidio Nasón1; el de Narciso y Eco, dentro del Libro tercero, y el de Hermafrodito y Salmacis, contenido en el Libro cuarto. Ambas historias se entrelazan por el amor ardiente que las ninfas profesan a unos adolescentes, quienes, por tratar de resistirse a la atracción física que sienten por ellos, provocan que sus formas2 los lleven a una transformación irreversible.

Así, en los dos casos Ovidio se encarga primero, de describir al objeto del deseo; Narciso había sido engendrado por Liriope, una ninfa de gran belleza y el río Cefiso, mientras que Hermafrodito por la diosa Citerea y Mercurio, el dios mensajero identificado con Hermes en la mitología griega. De esta manera, ambos se presuponen como seres hermosos por tener ascendencia en deidades, aunado al hecho de su juventud virginal de tres lustros; además, el poeta se encarga de evidenciar que no por ello escapan a los defectos humanos, y les adjunta características que nos remontan a los pecados capitales: la soberbia a Narciso y la ociosidad a Hermafrodito. En el caso del primero, incluso se anticipa que esto va a ocasionarle algún tipo de percance fatal, pues al preguntar al famoso profeta Tiresias si Narciso «habría / de ver, luengos, de su senectud madura los tiempos, / el vate fatídico: “Si no se conociere”», responde (III, 346-348). Continuando con una estructura similar para ambos relatos, pasa ahora a narrar la esencia de las ninfas cuyas pretensiones serán dirigidas a los dos jóvenes; por un lado, está Eco, una ninfa sonora que fue sorprendida por Juno en brazos de Júpiter (Zeus en la mitología griega), y por ello condenada por la esposa enfurecida a no poder conversar, y a repetir solo las palabras que otros dijeran; por el otro, está Salmacis, una ninfa que no atendía el oficio que debía, pues

Una ninfa lo habita mas no a cazas idónea, ni que arcos

doblar, ni que suela contender en carrera, y la sola

de las náyades3 no conocida a la célere Diana.

(IV, 302-304)

Algo interesante acerca de ambas es que son ninfas únicas, es decir, que la forma que las caracteriza no se comparte con ninguna otra ya sea por designio de los dioses (en el caso de Eco) o de la natura (en el caso de Salmacis).

Entonces, una vez presentadas las formas de los cuatro personajes, se procede a la acción en la que las ninfas arden en deseo al ver a sus respectivos mancebos, quienes no corresponden sus intenciones por diferentes causas. En el caso de Narciso es por la propia soberbia, pues llega un momento en que se menciona que, al querer abrazarlo Eco, «Aquél huye, y huyendo: “Las manos de los abrazos retira; / moriré antes -habla- que tengas poder sobre nosotros.”» (III, 390-392). Esta última frase, “poder sobre nosotros”, implica no solo la clara intención de desprecio por parte de Narciso sino también la consideración de su persona como más que uno, como si el amor a sí mismo (del cual se tenían antecedentes pues nunca había cedido al amor de “joven o niña”) ocasionara la existencia de dos seres dentro del mismo cuerpo. Respecto a Hermafrodito, es evidente que él se intimida ante Salmacis por mera inexperiencia, ya que después de que ella le ofreciera recostarse sobre las flores «Calló tras esto la náyade; el rubor marcó el rostro del niño / (pues no sabe qué es amor), más también sonrojarse sentábale» (IV, 329-330).

Así, una vez determinadas las razones de sus deseos de alejamiento, Eco decide ir a lamentarse al bosque, pero no sin antes suplicar a los dioses que su desprecio sea vengado:

De allí alguien despreciado, las manos al éter4 alzando:

‘Que así ame él mismo, sea justo; así no de lo amado se adueñe’,

Había dicho; a sus preces justas, la Ramnusia5 asintió.

(III, 404-406)

Por su parte, Salmacis recurre al engaño y, tras pretender alejarse mientras lo observaba a través de las ramas, Hermafrodito se desnuda para regodearse en las ondas del agua. Ante esto, la ninfa no resiste sus pasiones y se arroja hacia el joven, a quien abraza sin cesar como adhiriéndose, a pesar de que éste trata de repelerla, mientras exclama

‘Aunque pugnes, ímprobo –dijo-,

no huirás, empero; así lo mandéis, oh dioses, y a ése

ningún día de mí, ni a mí me separe de ese!’

Sus votos tuvieron los dioses;

(IV, 370-373)

Al observar ambos textos, es posible distinguir elementos en común; primero, que las dos quieren algo que se resiste a ser poseído, lo cual tiene que provocar un cambio en ellas mismas, en los jóvenes o en ambos; segundo, que imploran a los dioses por tener una resolución a su problema, y tercero, que los dioses las escuchan y les conceden su deseo. Con ello, comienzan las transformaciones; Narciso se enamora de sí mismo sin poder tocarse en el reflejo del agua, y Hermafrodito se funde con Salmacis:

Y mientras ansía calmar su sed, creció una sed diferente;

y mientras bebe, por la imagen de su vista forma robado,

la esperanza sin cuerpo, ama; cuerpo juzga lo que es onda.

La metamorfosis de Hermafrodito y Salmacis, Mabuse (1517)

Se pasma él mismo de sí, y con el mismo rostro, inmutable,

se fija, como una estatua de pario mármol formada.

(III, 415-419)

Como si alguien reúne con la corteza las ramas,

las mira unirse, creciendo, y desarrollarse igualmente;

así, cuando en el abrazo tenaz se fundieron sus miembros,

no son dos sino una forma doble, porque ni hembra ser dicha

ni niño pudiera; y ninguno de los dos, y ambos, parece.

(IV, 375-379)

Al final, Hermafrodito pide a los dioses que cualquier otro varón que toque las aguas de esa fuente “de allí salga semivarón, y en las tocadas ondas se ablande de súbito” (IV 385-386); en cambio, Narciso muere a causa de su incapacidad de amarse en cuerpo, y tras llegar al averno “Allí también, después de que en la inferna sede fue recibido, / se miraba en el agua estigia6” (III, 504-505).

De esta manera, las metamorfosis que ambos adolescentes tuvieron los condujeron a mudar sus formas en otros cuerpos, significando para Hermafrodito fundirse con aquella que lo deseaba, y para Narciso fundirse consigo mismo, teniendo en los dos casos la imposibilidad de consumar el amor que les fue profesado.

Notas:

1Ovidio, Metamorfosis, Edición de la BIBLIOTHECA SCRIPTORVM GRAECORVM ET ROMANORVM MEXICANA, dirigida por Rubén Bonifaz Nuño y Bulmaro Reyes Coria, UNAM, 2008

2 “La forma, así entendida, es la esencia y la sustancia de las cosas, lo que siendo ellas mismas les da su única realidad posible”, Rubén Bonifaz Nuño, Introducción a las Metamorfosis, p. XI

3Son ninfas de agua dulce, protectoras de los ríos, las fuentes y los arroyos.

4Es el aire más puro, ligero y elevado respirado por los dioses, en contraste con el más denso y contaminado que se respira en el mundo de los mortales.

5Es otro nombre otorgado a Némesis quien, como diosa de la justicia retributiva, castigaba a los que no obedecían a las personas que tenían derecho a mandarlas.

6Un río del Hades en el inframundo griego.

Publicado por Mauricio

Inquieto y melancólico. Ingeniero Industrial y Licenciado en en Lengua y Literaturas Modernas (Letras Inglesas) que gusta de leer, escribir y traducir. Restless and melancholic. Industrial Engineer with a B.A. in English Language and Literature, who enjoys reading, writing and translating.

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